Desde hace miles de años, la comida ha sido una de las formas más comunes de demostrar afecto. No es ninguna casualidad que en San Valentín se regalen chocolates u otros dulces detalles. Y es que es cierto: el amor entra por el estómago.
Y es que más allá de su delicioso sabor, la comida tiene un efecto químico en nuestro organismo que nos hace sentir reconfortados, queridos, saciados y también nos transmite placer.
No sólo se trata de San Valentín: desde su preparación, la cena navideña nos hace sentir unidos como familia, en los cumpleaños hay pastel, y festejamos logros con un brindis. Sea cual sea la ocasión, siempre hay algo que degustar.
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El amor y la comida: toda una ciencia
Investigadores de la Escuela de Salud de la Universidad de Harvard, se dieron a la tarea de hacer una encuesta, en la cual descubrió que las familias americanas consideran que la comida es una forma de demostrar afecto.
Además, el doctor John Allen de la Universidad del Sur de California, estudió a profundidad el cerebro humano, y descubrió que este evolucionó de tal manera que éste asocia el acto de comer con el placer.
Junto con esto, el doctor Allen afirma que nuestro sentido de supervivencia reconoce a aquellas personas con las que comemos, las cuales nos otorgan seguridad.
Por ejemplo: hace millones de años, el cerebro primitivo de los homo sapiens liberaba sustancias que lo hacían recordar el momento en que iban de cacería y lograban capturar un mamut para la cena.
El estado de ánimo puede cambiar el sabor de la comida
El efecto químico que tiene la comida en nuestro organismo también puede cambiar dependiendo de nuestro estado de ánimo.
Un estudio realizado por la Universidad de Granada y la Pontificia Universidad Católica de Argentina, descubrió que el sabor de la comida puede cambiar dependiendo si estamos tristes o alegres.
En una prueba realizada a un grupo de personas, se midieron índices afectivos derivados del análisis de expresiones faciales e indicadores del deseo.
El resultado fue que una persona estresada puede tolerar mejor los sabores amargos, debido a que el cuerpo se adapta al momento que se está viviendo.
Por otro lado, los sabores dulces se perciben más intensos cuando uno se siente triste: esto significa que el cerebro contrarresta el sentimiento de tristeza con lo dulce como un mecanismo de recompensa.
Y las personas que están felices pueden comer fácilmente alimentos como verduras, además éstos tienen mejor efecto en el cuerpo, pues el cerebro lo dispone para absorber mejor los nutrientes.
Ahora, asocia estas reacciones del organismo en diferentes momentos de la vida: cuando estamos tristes, nada mejor que nos regalen un abrazo y un chocolate; un té amargo para momentos difíciles o una comida para celebrar a una querida amiga.
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El amor se demuestra con la comida
No olvides los clichés que existen alrededor del amor y la comida: a todos nos gustan más los platillos “con sabor de hogar” o las galletas que horneaba la abuela, y también un rico postre hecho con amor de mamá.
Ahora que lo sabes, no olvides cocinar para tu pareja una deliciosa cena para San Valentín. Será el detalle perfecto.