La gastronomía tapatía no deja de sorprendernos por su comida tradicional y sus fascinantes innovaciones. Comer en Guadalajara es una experiencia que no puedes dejar pasar. Éstos son 5 platillos que tienes que probar en tu próxima visita.
Birria
Preparada con carne de res o de chivo, la birria es una de las especialidades de Jalisco. Se le considera una de las variedades más atractivas de la barbacoa, que se prepara en casi todo México. Luego de marinada en adobo, la carne es envuelta en pencas de maguey y cocida en un tradicional horno de tierra durante varias horas. El resultado es un exquisito plato de consomé acompañado con salsa y tortillas.
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Caldo michi
Su nombre viene del náhuatl míchin, que quiere decir “pescado”. Este caldo es degustado en varios estados de la república, sobre todo los que tienen acceso directo a ríos o lagos. En Guadalajara, el caldo michi se cocina con carpa proveniente de la laguna de Chapala. El pescado se cuece en su jugo y se complementa con un buen recaudo.
Tortas ahogadas
Por sus cualidades únicas, ésta es la única torta que figura en la lista de las mejores sopas del mundo. Se prepara con birote, un pan típico de Jalisco, que se corta a la mitad y se rellena de carnitas o camarones. En este punto el platillo ya podría ser un manjar, pero aún falta el momento clave: la torta se sumerge en salsa roja. Esta peculiar forma de preparación es el origen de su nombre y de la justa fama de la que goza a nivel nacional e internacional.
Enchiladas tapatías
No podían faltar las deliciosas enchiladas tapatías, servidas calientitas y con queso gratinado. Su relleno varía según el gusto, pero suelen ser de carne de pollo o res y también existen versiones vegetarianas. Una vez armadas, las enchiladas se bañan en salsa y se les cubre con queso para luego meterse brevemente al horno, quedando así suaves y listas para disfrutar.
Jericalla
El postre es la mejor parte. La jericalla es todo un ícono de Guadalajara. Se dice que este platillo fue inventado en uno de los muchos conventos de la ciudad, y desde hace siglos ha cautivado el paladar de locales y viajeros. Su elaboración es parecida a la de un flan, pero el secreto está en dejarlo un poco más en el horno, permitiendo que su superficie quede dorada y ligeramente crujiente.